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las cosas de don tonino

el bocata de jamón

el bocata de jamón Mi situación actual de prejubilado por la gracia de dios (vaya gracia, ¡Qué gracioso!) tiene muchos inconvenientes pero también alguna ventaja.

Uno de esos inconvenientes es que para demorar en lo posible que me lleven de paseo a la Fuente de la Teja en el maletero, los días laborables, (obsérvese la fina ironía) sigo una dieta muy cuidadosa para tener a raya los colesteroles, las glucemias y todas esas historias que siempre suben casualmente con las comidas que más nos gustan.

La ventaja es que esos días de lunes a viernes salimos mi mujer y yo a dar un paseo sin prisa, tranquilos, tomándole el pulso a la ciudad y observando al personal. Luego tenemos la costumbre de tomarnos yo una caña y ella un cortado, eso suele ocurrir sobre las doce o doce y media de la mañana, cuando mi estomago comienza a segregar jugos gástricos pidiendo compasión a su dueño.

Solemos ir al bar Javi, de nuestro barrio, un bar muy pequeño pero muy cómodo, limpio y muy acogedor, con la barra llena de tapas que están diciendo cómeme y que solo con la disciplina que adquirimos en los años sesenta y setenta podemos verlas con desdén e ignorarlas. Allí, hojeamos el Heraldo de Aragón antes de la lectura definitiva por la tarde en casa, mientras el olor de las comidas martillea nuestro olfato y exprime nuestro estomago.

Pues bien, esta mañana, cuando estábamos enfrascados en la lectura, un trabajador con mono azul, de esos de toda la vida ha gritado en la barra:

- Un bocata de jamón y un vaso de vino.

El muchacho que atiende ha entrado en la cocina y al rato ha aparecido con algo que me gustaría ser Cervantes para describirlo en toda su inmensidad. Era media barra de pan, abierta por la mitad, a cada lado colgaban unas laminas rojas, de un rojo muy intenso, que sobresalían de la estructura central por ambos lados, luego ha colocado el vino, el continente era palmero, el contenido de un color a juego con el jamón desmerecía bastante pero el conjunto era todo un deleite para los sentidos.

Creo que mi estomago se ha contraído, los jugos gástricos han rodado a chorros por sus paredes, mi nariz se ha despejado como por efecto balsámico y mis ojos se han levantado de la prensa y se han posado descaradamente en ese festival sensorial.

Había dos posibilidades, o sucumbir a la tentación o marcharse de allí por piernas.

- Por favor, cóbrate, enseñando un billete de cinco euros.

Y para casa.

Por el camino pensaba: ¡ Que bien se está trabajando ! ¡ Sobre todo a la hora del almuerzo !.

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